lunes, 11 de octubre de 2010




No sé qué es, pero, volveré al Camino




A veces, el Camino lo dejo físicamente, pero, no salgo de él, mientras algo de mi permanece conectado a no sé qué. Llego a Santiago por 3ª vez y no dejo de estar dentro de mí, muy metida en el Camino, en ese “no pienso”, “no juzgo”, “no decido nada, todo sobre la marcha”, solo aquí y ahora… y este aquí-ahora me regala la eternidad que me deja así, como fuera de “ni se sabe qué”. Y entonces, se produce la magia, los ojos brillan, tus ojos y los de los demás brillan y os siento enormes, gigantes crecidos por todas vuestras cualidades… y es tan hermoso veros brillar.


Ha sido emocionante volver a llegar a Santiago, sentir la alegría compartida de la llegada, en miradas de desconocidos que caminaron al lado, delante o detrás hasta llegar a Santiago. Me ha emocionado la búsqueda de los demás colegas del Camino, la alegría de los reencuentros en la plaza de la catedral.


Realmente, ¿qué es el Camino? ¿A dónde nos lleva cada vez? No sé, es agradable y es increíble el sentir que no puedo pensar en nada que no sea el Camino, en antes del Camino, en qué sucede fuera del Camino. Es increíble, pero, cierto. Y es increíble levantarse cada mañana y volver a caminar otros 20 o 25 km. como si fuese “lo normal” en nuestra vida. Y se hace tan normal que todo lo de fuera parece como lejano, incluso hasta congelado en algún espacio tiempo que no nos afecta.


Y es tan normal hacer los kilómetros que sean, que caminas por fuera, pero, caminas hacia dentro sin saberlo. Y es cuando escuchas por teléfono a quien volvió a su casa y te cuenta que se siente descolocado… ¿por qué? ¿Dónde estamos cuando vivimos o mal vivimos en la ciudad? ¿Estamos en nosotros mismos? ¿Estamos con los demás? ¿ O demasiado fuera?


El Camino es una gran oportunidad para entrar dentro, sentir al otro donde está, cómo se siente, y sentir cada mirada cómplice como un manjar, manjar que recordaré cuando vuelva a casa, y vea las miradas perdidas en la ciudad…


No puedo de dejar de mirar mis pies del número 36, pequeños tal vez, pero guardan la memoria de todos los pasos dados, del ritmo, de los dolores machacantes al intentar dormir cada noche. Mis pies aún no conocen la experiencia de tener una ampolla irritante, no me hace falta tenerla; todavía bailan por mis tobillos doloridos el irregular relieve de las miles de piedras que sostuvieron y marcaron mis pasos.


Esta tarde, me ha encantado quedarme parada viendo volar el botafumeiro sin pensar en nada. Era realmente bello verlo, sentirlo. Sentir la fuerza de su vuelo de un lado al otro de la catedral. Era como estar hipnotizada por su movimiento, sentía el paso de los años, el haber llegado hace 10 y 12 años andando... y seguir apegada, no a llegar a Santiago, sino a sentirme dentro del Camino.


Una vez más estoy metida en él desde el 2 de agosto y me siento LIBRE como nunca, en calma, enamorada del Camino, de los peregrinos, sobre todo, de los que vienen muy lejos; y me dejo estar en el Amor, en el encuentro, en mi misma, dentro, muy dentro.


Me gusta este estado de tranquilidad alcanzado con el paso lento y rítmico, paso lento y bien acompañado. Me gusta sentirme ligera de pensamientos, vacía, no siendo "un nombre", no siendo "un oficio", no siendo “una máquina convulsiva de de consumir cosas”.
Lo único que consumo son las suelas de mis botas, los calcetines y lo que mi estómago quiera ingerir para seguir caminando, flotando en el Camino cuando el exceso ha sido elevado.
Me encanta cantar, gritar, compartir momentos con los demás peregrinos... y dejar salir nuestra parte más loca y juguetona, y otras veces, dejar salir las lágrimas atascadas que el exceso de kilómetros ayudó a nuestro ablandado corazón.


Me encanta caminar a primera hora de la mañana, cuando las luces parecen acariciar mis ojos y acompañarme en un abrazo de dolores suaves, como suave y lento es mi despertar.
Adoro el silencio de las primeras horas, cuando parece ponerse todo en orden en la mente, y en el cuerpo. Y es cuando gritaría de gozo por tener el honor de pisar cada tramo del Camino, y sentirme plena en él, en la gratitud, en la alegría de estar viva y en el Camino.
Me gusta estar atenta para sentir bien con quien camino cada mañana, ver qué necesito y qué necesita el otro, o los otros de mí. A veces, es demasiado pronto y como soy miedosa, dejo que me acompañe alguna persona que parezca fuerte y protectora; otras veces, agradezco, cuando voy desanimada a "la alegría de la huerta" que pase por mi lado... y otras, solo quiero el silencio y los maravillosos sonidos de la naturaleza que ella quiera aportarme.


Volveré a casa algún día de estos, tal vez con un brillo nuevo en mis ojos, o con una flecha amarilla en la frente; o en algún rincón del cerebro, mis neuronas ya sean amarillas y con forma de flecha… y por eso, repito y repito Camino… No sé qué es, pero, volveré al Camino.